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Adiós a la red. Por David Ledesma

—¿Bailamos porque queremos o porque tenemos que…? —La pregunta resonó en alguna parte de tu cuerpo. Allá donde se generaban las ideas. Nunca antes te habías preguntado nada ni te habían brotado como ahora las palabras. Se te escaparon de la mente después de controlar esa punzada. La primera no sabrías dónde ubicarla, pero la segunda tenía su origen doloroso en el centro del pecho. Te llegó cualquier día de esa existencia sin límite ni punto de partida. Fluía en el aire una canción post-indie electrotechno, el hit de la semana, cuando se te ocurrió que quizás, si no querías, podías no dar el próximo paso.

Querer no está entre tus comandos, piensas, como tampoco lo está la culpa que te invade después de casi ser desobediente. Lo mejor será sacudir el cuerpo y continuar. Al ocurrir el primer cambio musical, ajustas tu tanga dorada e inicias nuevamente la rutina. Roza, como siempre. No has pasado un día sin sentir la misma irritación dolorosa en el trasero. Allá donde la evocación antropomórfica sugeriría un ano y en su lugar se halla un compartimiento igual al de tu boca. Pero lo importante no es sentirte bien, lo sabes, sino verte bonito.

            ¿Bonito para quién? ¿Bonito según quién? —y otra vez la culpa.

Esta mañana los activos iniciaron dos minutos tarde su recorrido. Una falla en la compuerta mayor que fue reparada sin escándalo. Tu cuerpo fue lubricado a tiempo y has tenido que bailar casi toda la canción inaugural sin el calor de las miradas. Te espera una jornada con ciento diez o ciento veinte conexiones. Es agotador, pero ¿cómo podría ser de otra manera? Es difícil resistirse a la inmensidad de tu cuerpo musculoso. Además, tu rostro exótico te hace sobresalir. Tienes la misma piel de indio que hace cientos de años se daba por la zona, pero lo suficientemente clara como para arreglártela con edición digital.

Úsame como tu puta es la canción que inicia mientras lo hace tu primer contacto. Es tu favorita para esta hora de la mañana. La primera conexión se da sin contratiempos. Un activo cualquiera, sin demasiada masa pero tampoco en los puros huesos. Nadie traspasa nunca las fronteras de tu caja. Un cubo naranja que estimula el hambre y se ve sólo interrumpido por el cristal iluminado al frente. Podría ser delgado e inquebrantable, igual nadie habría intentado destruirlo. Mucho menos tú. Sólo un orificio permite la conexión y el intercambio. El hoyo de la gloria es por donde el activo introduce su cable enhiesto para enchufártelo.

Lo miras a los ojos una vez que inicias el proceso. Colocas tus rodillas en el suelo y acercas tu compartimiento superior, casi como boca, al orificio del cristal. Una compuertita se esfuma mientras el activo desliza su cable hacia el interior de tu cuerpo hincado. Succionas y succionas, hasta obtener el fluido oleoso y sentir el cable contrayéndose y volviendo a la suavidad primigenia. El activo desaparece sin más y después de él vienen muchos otros. A unos los recibes con el mismo rostro mientras que a otros les das lo que en un humano se habría llamado el culo. De cada uno obtienes entre diez y quince mililitros de aceite que almacenas en el reservorio de tu tronco.

Cuando se te llena el pecho del líquido viscoso te sacuden unos segundos de inconsciencia. Si es que al estado opuesto se le podría llamar consciente. Al despertar, tu tanque se encuentra otra vez vacío. Entonces regresa la incontenible necesidad de un activo. Te pones a bailar con más ganas que nunca. Fuera de esos lapsos no duermes en ningún momento. Aunque la noche hiele y se convierta con insoportable lentitud en día, no duermes. El oleo que cargas se te escurre entre los conductos de las piernas y desaparece sin remedio de tu cuerpo y de tu caja.

—¿A dónde? —te preguntaste una vez y te sentiste poco más que un desecho de la fábrica.

Podrías haber pasado así toda la historia del Universo, con tu cuerpo bailando al ritmo de New Order encerrado en esa jaula. No te hubieran hecho falta las palabras ni habrías notado al resto de tus vecinos prisioneros de no haber sido por ese encuentro.

Los activos de siempre caminaban de un lado al otro del pasillo, afuera de tu caja. Los cuerpos brillantes y las jetas oscilando entre los programas “seductor” y “virginal”. Los has mirado siempre repetir los mismos pasos. Son encantadores, me seducen, pensabas cada vez; últimamente no logras creértelo de veras.

Nunca antes en tu vida de pasivo has tenido ganas de repetir una conexión. No es bueno, está prohibido. Hasta hoy.

Es cualquier activo, con un cerebro tan homogéneamente idiota como el del resto. Su danza de cortejo lo lleva hasta ti por azar. A nadie le interesa que te estén brotando ganas de creer en el destino, lo cierto es que él llega como podría haberlo hecho cualquier otro. Mete su cable por el orificio de la jaula e intenta conectarlo con aquél cuerpo eternamente acorralado. Tres veces golpea la piel metálica contra ese pecho que en un hombre habría albergado un corazón.

—¡Es acá! —le gritas zalamero, señalando el agujero de tu rostro y escuchando por primera vez tu voz. Lo miras extrañado. Él te penetra primero con los ojos. Tu cuerpo tiene una función sonora que nunca antes has llegado a utilizar.

Procurando no detenerse demasiado, sacuden sus cabezas y efectúan la conexión. Ninguna dura nunca más de unos cuantos segundos, pero ésta tiene la facultad de estirar aparentemente el tiempo. Así que se unen, lentamente, por ese cable.

—Me llamo PAS69DV —le dices, exhalando tu nombre como nunca antes. Él continúa metiéndote su cable por el rostro, intentando no tener que soportarte—. No hablamos, ¿no lo ves? —A pesar de su prisa, la interrogante que provocas lo lleva a retrasar el proceso de expulsión de su aceite.

No hablamos, piensas, ¿según quién? Y aunque quieres encontrar en tu entorno una respuesta, no haces más que toparte con la jaula de siempre. Los condenados, sus músculos, el aceite entre las nalgas.

Él nunca te respondió, no pretendas maquillar el recuerdo en tu memoria. A pesar de todos los intentos ridículos que hiciste, él no pudo más que detestarte. Es cierto que te penetró por más tiempo del debido, que la musicalidad de tu voz lo llevó a querer tenerte cerca después de derramar el calor de sus fluidos, pero eso no se parece para nada a la idea que brota entre tus sienes. Así que no intentes tirarte a ese pozo de drama para el que no fuiste programado. Puedes a lo mucho saborear más de la cuenta el líquido que va pasando a tu orificio, pero no vas a lograr retener ese sabor por siempre.

Nunca has sentido nada como eso. Nunca has sentido, de hecho, nada que no provenga de los dos hoyos con los que recibes los cables erectos de los caminantes. No tendrías que hacerlo, no es tu función. Estás vivo para conectarte y desconectarte de esa red. Para viajar de un cuerpo a otro, como el resto, sin que el objetivo tenga importancia alguna. El viaje por el viaje y no por el destino. Has soportado esta condena por toda la eternidad y no tiene el menor de los sentidos que quieras venir hoy a cambiar esa rutina por ese cuerpo aleatorio del que de súbito has quedado enganchado.

Se va. Tiene que hacerlo. Tiene que penetrar a una horda deseosa de pasivos que, como tú, están agitándose en una jaula pidiendo a gritos que los atraviesen con un cable. Puedes seguir desgarrándote esa jodida piel de plástico; él igual no va a quedarse. Va a cansarse antes de que puedas significar en tu cabeza la vergüenza. Antes de que seas capaz de mirar desde afuera la patética unidad en la que te has convertido y decidas despegarte de ese suelo. Para entonces él ya estará penetrando otros doscientos o trescientos hoyos y no quedará en su memoria la sensación de llenarte el cuerpo de su aceite.

No volverás jamás a ser el mismo. Las penetraciones empezarán a parecerte asquerosas y el aceite insoportable. Empezarás a rechazar a los activos y a dejar de reconocerte en los otros pasivos enjaulados. Eres una pequeña máquina desafortunada, ajena a todo su entorno, condenada para siempre a ser consciente de sí misma.

—¡Este puto mundo es insoportable! —gritas sin que te escuchen. Gritas, aun sabiendo que antes de ese activo el mundo te parecía completamente indiferente. Nada causaba dolor ni te llevaba a intentar siquiera reflexionar sobre tu cuerpo. Y ahora todo es nada, todo es este estúpido vacío que se extiende desde tu centro y absorbe lo que hay fuera de tu jaula. El pasillo, la pared exterior y la oscuridad que llega luego—. ¿Qué hay luego? —te preguntarás y seguirás retorciéndote en el estiércol de tu cuerpo.

* * *

Ayer dejaste de funcionar completamente. Habías amanecido de mejor humor e intentaste incluso retomar tu rutina de baile-apareamiento. Tocaban Filthy/Gorgeous y tu tanga dorada hacía lucir tu orificio más antojable que otros días. Quisiste darle otra oportunidad a tu cuerpo y evitarte los problemas que vendrían si seguías rechazando conexiones. Un día después de la separación, te llegó una notificación a la bandeja de entrada de tu unidad de procesamiento.

El equipo PAS69DV debe retomar funciones a la brevedad, de lo contrario será desconectado en las próximas 72 horas.

Atentamente,

el Departamento de soporte y mantenimiento

Grindr Corp”.

Decidiste entonces aferrarte a la consciencia. A esa que habías desarrollado a pesar de todas las precauciones que tomaron tus programadores. Te pusiste a bailar. Con los pezones brillantes y las botas bien lustradas.

—Bien puta, como les gusta —pronunciaste mientras notabas que el vocabulario instalado en tu sistema se alejaba cada vez más de tus necesidades nacientes.

Casi lo arreglas y lograste infiltrarte nuevamente en ese mundo de conexiones sin sentido. No pudiste evitarlo, después de probar el vuelo es difícil retomar la vida de gusano. Un activo intentó penetrarte, como siempre, y antes de hacerlo le pediste que te hablara. Mientras la máquina iba disolviendo la erección y daba aviso al sistema central de las fallas dentro de tu caja, descubriste que no todos son tan laxos como el primero. De la nada o de todas partes, una serie de impulsos eléctricos empezó a perseguirte y a llenar tu cuerpo de piquetes. No se detuvo hasta apagarte y dejarte tumbado e inconsciente.

Despiertas cansado, pero lleno de certezas.

—¡Fuerza, guerrero! —vas cantando, agregando las palabras que no estaban en tu tarjeta de lenguaje. De algún lugar sacas las ganas para detener de tajo tu pertenencia a esa red sin fondo ni relleno. Entonces empiezas a gritarle a los otros. A compartir con ellos la experiencia de tu conexión significativa. Pero nadie te escucha, eres sólo un pobre idiota con aspiraciones libertarias. Los demás siguen perdidos en los abismos de sus agujeros. La desesperación te lleva a azotarte contra tu propia jaula y es ahí cuando los demás te miran. Detienes la convulsión y los enfrentas.

—¡No tenemos que estar aquí! —les gritas cuando por fin tienes la atención de todos bien reunida—. ¡No tenemos que ser siempre unas máquinas extractoras de aceite! ¡Podemos ser más! ¡Podemos sentir! —El silencio de sus respuestas empieza a desgarrarte los oídos. Algunos sueltan la alarma. Otros, simplemente, retoman sus actividades como si no existieras.

No soportas que te ignoren. No toleras que esa prisión insoportable sea lo que los demás conocen como casa y estén tan renuentes a buscar más allá de los cristales. Vuelves a agitarte como un loco. Como nadie en ese mundo se ha movido jamás. Sin saber ni cómo o para qué, lo logras. Rompes el cristal que te mantenía encerrado eternamente en esa jaula.

—¡Detente! ¡Detente!

Todos te miran como el extraño que eres. Algún circuito desatado de tu cabeza retorcida encuentra en esa mirada una satisfacción que te alimenta y te anima a seguir destruyéndolo todo. Golpeas todo lo que se te aparece enfrente. Los activos, las jaulas de pasivos y esa pared que separa su mundo de todo ese misterio que siempre ha existido alrededor.

—Unidad PAS69DV, regrese a su base inmediatamente. De lo contrario será desconectado. —Una alarma retumba en los pechos de los otros. Te alejas de la jaula, por ese pasillo interminable, y descubres que no hay más salida que la pared que da a la oscuridad—. Repito, regrese a la base inmediatamente.

Ya no hay forma de que vuelvas a actuar como un esclavo de los cables. Las alarmas son cada vez más fuertes, mientras un ejército de activos te rodea y amenaza con cortarte el sueño. Entonces vuelves a golpear, ya no a las otras máquinas ni a las paredes de las jaulas. Golpeas esa pared que ha separado eternamente el mundito de activos y pasivos del resto del Universo. Golpeas fuerte, fuerte, como si te enfrentaras contra el responsable de tu estúpido destino.

—¡Regrese inmediatamente!

Pero la pared por fin ha sido rota. Una brisa helada, mezclada con perfume de turbinas y de polen, te roza las mejillas.

—Otro mundo es posible —se te ocurre y se siente casi como si lo recordaras. Surges de aquél edificio inmenso y caen tus plantas en una superficie de pastos y cemento.

—¡Paria! ¡Paria! —te reclaman los otros desde adentro, aunque pronto volverán a la rutina de siempre, ignorando las piedras que han quedado entre los suelos. Afuera, entre las nubes, está a punto de revelarse para ti ese amanecer que te ha sido negado desde siempre—. ¡Paria! ¡Paria! —escuchas, mientras se pierde tu pequeño cuerpo en la oscuridad del Universo descubierto.

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About David Ledesma Feregrino

Colaborador y argüendero de La que Arde. Estudia Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Arde por encontrar la belleza dentro del caos. Es colaborador frecuente de la revista La Hoja de Arena, en temas de Derechos Humanos. Realiza labores en favor de las personas de la disidencia sexual y de género a través de organizaciones de la sociedad civil. Le dicen “La malquerida”.

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